Para desertar del mundo profano y acceder a la sagrada realidad.

8/05/2007

apostando siempre pierdo.

“muchacho pendejo cuando una
mujer se de a respetar, respétela;
y si una mujer se le resbala,
¡pues ahí si chingesela!”

Palabras de la tía Juana.

El mal apostador.
Es cierto que soy un apostador. Me gusta vencer el destino y saber que no puedo, como si me quisiera agarrar con una mano del último helicóptero con destino a tierra firme y la gravedad me jalara al piso con el único propósito de embutirme de lleno sobre las mareadas olas.

Cuando divisé a mi caballo pensé que no era para mí, pero cuando vi que un mejor apostador lo quería comprar, yo fui quien dio el mejor precio.

Ya había visto a ese caballo antes y nunca pensé apostarle, era terco, más bien parecía una mula que si la montaba se derrumbaría, sin embargo decidí tenerle y es que esos ojos tan profundos me hicieron confiarle muchas cosas.

Le di cariño, le prometí que haríamos algo grande, que ganaríamos, que iríamos y vendríamos, sin embargo nunca escuchó, los caballos no escuchan muy bien.

Mientras le hablaba y cepillaba, él volteaba a ver las caballerizas de junto. Yo veía su perfil, sus grandes ojos saltones como una gran bola de cristal saliendo de una funda de cuero. Y comprendí que quería algo que yo no tenía; para sentirse caballo debía estar con otros caballos.

El era mi único caballo, mi única intención era que ganara la carrera. El día en que lo ví enfermo le trate de curar y me pasé su enfermedad a mí, secreto que de ninguna forma debo revelar cómo se hace. Le traté de amaestrar y a comportarse como un verdadero caballo.

Nunca resultó e hice todo por tenerlo en buena forma, al llegar a la carrera ni siquiera se atrevió a dar un galope de salida, se cohibió de los otros caballos, le dio miedo el hipódromo, y yo ahí estaba pagando la carrera en que mi caballo ganaría y haciendo mi apuesta de diez mil pesos.

Entre la muchedumbre y el sopor de aquellas risotadas, befas y otras mofas acerca de un caballo que se había quedado parado, un apostador me vio y me reconoció.
-oiga ahí esta su caballo, ¿Qué chinga’os le hizo pensar que ganaría? Yo lo quería comprar para venderlo en San Matías, luego esos caballos los compran los carniceros y sacan muy buena carne.

Me sentí morir, había apostado al caballo perdedor, le di de beber, de comer, le trate hacer correr, le hable de los planes que tenía para él, y ahí estaba yo a nivel de tierra viéndolo morir en la pista, acostado de lado sobre su vómito, jadeando de miedo.

Pero comprendí algo: Que tenía yo un corazón de pollo, el cual no le sirve a un caballo, que el cerebro de un caballo es más grande que el de un humano, y que tanto el corazón de un pollo en un humano y el cerebro de un caballo en un caballo, no sirven de nada.

1 Comments:

Blogger kymeraz said...

El caballo también perdió mucho... sólo que tu cabeza de pollo no quiere verlo...

11:27 p.m.

 

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